Y esos valores -o sistema- deberían ser difundidos y conocidos por los ciudadanos, para que adhieran en función de ellos a las propuestas, en lugar de seguir eslóganes o imágenes marquetineras.

¿Por qué? Porque la política es mucho más que las marquesinas. Y porque lo que transforma la sociedad -y la política es herramienta de transformación- son las decisiones que se toman en base a planificaciones. O así debiera ser.

La Argentina del siglo XXI viene bastante flojita de valores en su sociedad. En conjunto. Y eso no es responsabilidad de la dirigencia política, pero sí podría realizar un aporte importante para mejorar ese presente.

Las discusiones actuales y los debates pasan por dos grandes cuestiones: el escándalo frívolo del cumpleaños de la primera dama en Olivos, acaecido el año pasado, y el eslogan de "trabajo" que emerge en casi todas las estrategias electorales de cara a las PASO, y seguro persistirá entre quienes se mantengan con chances en las generales de noviembre.

Lo primero no solo que no aporta nada a la transformación de la sociedad, sino que la degenera en su composición de escala de valores. Lo segundo podría aportar a la mejora de los ciudadanos, pero tampoco alcanza para descifrar los valores de quienes van con esa bandera.

Una escala de valores debe estar dada por honestidad, decencia y honradez, como rasgos irremplazables y necesarios para el ejercicio de la cosa pública, pero no suficientes. También hace falta capacidad, formación y conocimiento técnico para ejecutar las políticas de transformación que se definan.

Argentinos y argentinas tienen pendiente esta materia de cara a sus dirigentes. ¿Alguna vez se pasará por el imaginario escáner de los sistema de valores personas a cada uno de los candidatos, para saber desde que lugar pretenden llevar adelante la administración de los bienes y destinos de millones de personas?