El regreso a clases ha sido tomado, desde la política, como un factor decisivo de éxito o fracaso. Uno más pero tal vez el más palpable de los factores a medir, dado que cuando hay chicos en las aulas y en las calles circulando hacia la escuela, se nota.

Que el resultado de la cuarentena se termine evaluando por la vuelta o no de la educación formal es un disparate. Cuando, en realidad, hay muchas otras cosas para evaluar. Sin embargo, todo hace indicar que retomar las clases puede ser un triunfo para la oposición y sostener el aislamiento de los pibes una victoria para el oficialismo.

¿No deberían ponerse de acuerdo en esto? La verdad es que ni oficialistas ni opositores tienen que tomar a los chicos como rehenes. Y mucho menos jugar con su futuro, al que se puede mejorar desde el presente brindándoles una educación de calidad.

Sin embargo, todo queda reducido a si vuelven o no a las aulas. No importa tanto el cómo lo harán. ¿Van a ir caminando? Porque hasta donde se sabe no son esenciales y no pueden acceder al transporte público. Se habla de cupos de 10 por aula, pero, ¿quién dice cuales sí y cuáles no? Se determina que irán los que estaban desconectados de las escuelas y los de los últimos años de la educación. ¿Y el resto? ¿Acaso para el resto sí es efímero un año de educación no obtenido?

De verdad, las cosas no están para nada bien. Nada. En lugar de haber sostenido la educación a través de herramientas tecnológicas se eligió ser "amigo de los pibes" y de los maestros para dejar sin calificaciones a los alumnos y flexibilizar las obligaciones de los docentes. Y cuando la discusión política se tensa, se los pone en el foco como si fueran un objeto.

Triste pero real. Por eso Argentina no tiene futuro si la educación va a ser manipulada y tironeada de la forma en la que se lo hizo durante más de doscientos días.