Antes de la pandemia y la cuarentena, la economía argentina venía barranca abajo. Así lo confirman dos datos concretos de la realidad nacional: entre el mes de enero y marzo -durante el verano argentino- el PBI se desmoronó un 5,4% mientras que la desocupación creció al 10,4%.

Los datos son muy malos, dado que no hay posibilidad de que el Gobierno pueda responsabilizar al coronavirus en el tremendo freno de la actividad que se dio en el primer trimestre del año. Quizás pueda decir que la inercia de la gestión anterior le dejó un escenario de caída que no pudo revertir, y por eso ese magro resultado.

El segundo dato es consecuencia directa del primero, y tiene que ver con que a menor actividad económica el empleo se fue perdiendo. Y por eso no es de extrañar que se haya disparado al 10,4 por ciento.

Se abren, entonces, grandes interrogantes. El más concreto y que mucha gente ya se está formulando es ¿con qué nos vamos a encontrar cuando la cuarentena termine y la pandemia haya pasado? Todo dependerá de la capacidad que tenga el Estado para amortiguar el golpazo que significa haber parado la economía al mínimo posible sin redes de contención para todos los sectores de la sociedad.

En Mar del Plata, mientras tanto, el Ejecutivo debiera estar muy preocupado. La desocupación no disminuyó en los tres meses más fuertes del año, y eso abre otro escenario para las preguntas. La que es urgente responder porque nadie quiere asumir el costo de hacerlo, es si Mar del Plata tiene que seguir siendo una ciudad turística o debe apoyarse decididamente en la actividad industrial para revertir la imagen que entregó el INDEC: 33.000 personas desocupadas en el primer trimestre del año.

Hace falta más que declaraciones e intenciones para generar un cambio. Lo primero es planificarlo. Renglón seguido, pasar a la acción. No hay otra.