La idea del Gobierno provincial sería que nadie se escape de no cumplir con lo establecido en materia de protocolos, durante el próximo verano en Mar del Plata y en el resto de la costa.

En una entrevista a un medio colega, la vicegobernadora Verónica Magario resaltó que, durante la temporada, el Operativo Sol también va a tener facultades para controlar que se cumplan los protocolos. Es decir, que la policía de seguridad deberá estar verificando que la gente mantenga el distanciamiento social, o que no se realicen aperturas y actividades sociales en aquellos sectores que no estén habilitados.

No va a ser un verano fácil, por dos motivos: porque hacer cumplir todas las decisiones oficiales, que colocan a muchos sectores de la actividad privada sobre las cuerdas, no será sencillo y se corre el riesgo de un estado de desobediencia. Y porque caer en esto último, y que no se cumplan los protocolos fijados, pone a la sociedad en riesgo de una explosión de contagios masivos y con mucha más población -por la presencia de turistas- que podría hacer colapsar de manera real y concreta el sistema sanitario.

Es muy cierto que la ciudad atraviesa una situación inédita. Pero de nada sirve hacer como si nada pasara, ni sobreactuar el momento.

Mar del Plata no va a tener una temporada normal. Está clarísimo. La gran pregunta es si desde los estamentos del poder ya se está pensando en cómo generar nuevas condiciones para seguir adelante. Si hay actividades económicas que no van a poder desarrollarse, ¿cuáles serán las que las reemplacen? ¿De qué manera se generará empleo para reemplazar los puestos de trabajo que se pierdan como consecuencia del coronavirus?

Aferrarse al pasado es peligroso. No visualizar que la humanidad entera pasó por cosas como esta, antes, es desconocer el impacto de la revolución industrial, de la explosión de la industria tecnológica y más acá la modificación que produjo la era del conocimiento. Entonces, ¿por qué creer que todo va a volver a ser como era antes?

Hoy es tiempo de resiliencia. De anticipar jugadas y de comprender que el que se quede esperando a que su sector reaccione como antes de la pandemia corre riesgo de perder gran parte de su capital. Porque, como se dijo antes, muy pocas cosas volverán a ser como eran.

La nostalgia y el romanticismo no son buenos consejeros. El que se quiera atornillar a eso tiene el derecho de hacerlo. Lo recomendable sería que no arrastre a quienes dependen de su inversión o capital a un fracaso de dimensiones irremontable.