Activado desde las redes sociales, primero, y luego con reuniones de comerciantes autoconvocados, el sector decidió empezar a visibilizar su malestar frente al cierre de los locales y la inactividad que está llevando a una eventual crisis terminal a muchos.

Fueron primero los comerciantes de la calle San Juan los que, antes de la prueba piloto de hace diez días, decidieron elevar la voz advirtiendo que, por la autorización del Estado o por sus propios medios, iban a empezar a trabajar.

La prueba piloto llevó algo de tranquilidad que permitió, durante la semana posterior, que los reclamos bajaran el tono. Pero ahora están otra vez a flor de piel, porque la gente no resiste sin la posibilidad de desarrollar sus actividades.

A eso se le suma el mensaje concreto de la comuna, que mantiene buenos argumentos para incentivar el ánimo del vecino cada vez que resalta los resultados exitosos de la baja cantidad de contagiados en tratamiento a nivel local, que no llegan a una decena. También lo que se ve por la televisión: los comercios de Buenos Aires, donde está el foco más importante del contagio, están abiertos; mientras los de Mar del Plata no, y con una situación diametralmente opuesta a la porteña.

Forzada por esa activación del comerciante común que se autoconvocó para reclamar, la UCIP -la cámara sectorial más importante del comercio marplatense- también lanzó una acción de reclamo que consiste en levantar las persianas de los comercios que no están habilitados, pero sin atención al público.

La pulseada es intensa y, como todo, tendrá un final que dejará insatisfechos. Porque si no logran concretar la apertura comercial, los dueños de los negocios estarán casi en el abismo; si lo consiguen, la clase política y la dirigencia institucional quedarán secundada por la acción individual frente a la colectivización pretendida.

Un equilibrio delicado y serio para ser atendido pero, sobre todo, entendido.